Las víctimas invisibles del terrorismo.
Ninguna política de derechos humanos puede excluir víctimas y ninguna ideología puede imponernos una media verdad sobre los trágicos años 70.
La Nación
Editorial del 5 de septiembre de 2023
Alcanzar la ansiada pacificación tras los trágicos hechos de violencia que signaron los años 70 supone acceder a la verdad de lo ocurrido, sin invisibilizar a ninguna de sus víctimas.
La terrible violencia
que caracterizó aquellos años, incluso bastante antes de la instalación
del régimen militar iniciado en marzo de 1976, no solo tuvo que ver con
las violaciones de los derechos humanos desplegadas desde el Estado,
sino también con la acción violenta de grupos terroristas que no
vacilaron en segar la vida de miles de personas inocentes.
Ayer,
con ocasión de conmemorarse el Día Internacional de las Víctimas del
Terrorismo, la diputada nacional Victoria Villarruel y la legisladora
porteña Lucía Montenegro convocaron, con el apoyo del Centro de Estudios
Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv), a un homenaje a
esas víctimas en el Salón Dorado de la Legislatura porteña. El hecho no
tardó en ser duramente cuestionado por representantes de distintas
organizaciones políticas de izquierda y de entidades vinculadas a la
defensa de los derechos humanos, que llamaron a la población a
movilizarse a la Legislatura y manifestarse en contra de aquel acto.
En
un comunicado firmado por algunas de estas agrupaciones, en repudio al
homenaje convocado por las citadas legisladoras, se señaló que “el único
terrorismo fue el que llevó adelante el Estado genocida”, al tiempo que
se pidió la adopción de todas las medidas necesarias para evitar que
aquel acto, al que tildaron de “provocación”, se materializara.
Es
lamentable que ciertas organizaciones, como las que convocaron a la
población a repudiar e impedir el homenaje a las víctimas del terrorismo
efectuado ayer, pretendan apropiarse de los derechos humanos,
sosteniendo que estos deben ser solo para algunos. Más condenable aún
resulta que se les niegue a familiares de víctimas de organizaciones
armadas como Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) el
derecho a recordar públicamente a sus seres queridos, asumiendo una vez
más un nefasto liderazgo que distorsionó sin vergüenza alguna el
profundo y trascendental sentido que jamás debieron perder los derechos
humanos en nuestro país.
Es preciso que todos los argentinos, y
especialmente las generaciones más jóvenes, accedan a reconocer en toda
su magnitud la tragedia vivida durante la década del 70. Abordar los
hechos históricos de manera integral y no parcial implica un desafío a
la madurez de la sociedad argentina respecto de un relato que
invisibilizó todo vestigio de las víctimas del terrorismo y la
responsabilidad de organizaciones armadas, cuyo temerario accionar se
inició mucho antes del golpe militar del 24 de marzo de 1976 y se
profundizó durante el gobierno peronista que alcanzó el poder en 1973
por la vía de las urnas.
Un elevado número de argentinos, que
incluye a hombres, mujeres y niños, han sido ignorados durante mucho
tiempo, como si no se tratara de sujetos con derechos. Son personas que
fueron asesinadas, secuestradas, mutiladas, heridas y hasta torturadas
en las llamadas “cárceles del pueblo”, para las cuales no hubo
homenajes, ni monumentos, ni indemnizaciones.
Uno de los más
trascendentes testimonios de esta situación es el de Arturo Larrabure,
hijo del coronel Argentino del Valle Larrabure, secuestrado en agosto de
1974 por el ERP y muerto después de 372 días de cautiverio. Pero muchas
otras víctimas de los grupos subversivos eran civiles. Uno de los casos
más emblemáticos es el de Laura Ferrari, una estudiante de 18 años,
quien, en septiembre de 1975, mientras esperaba el resultado de un
examen en el interior de un automóvil estacionado frente a la
Universidad de Belgrano, sufrió la muerte cuando estalló un coche bomba
ubicado en la vereda de enfrente. Otro caso fue el de Oscar Saraspe,
dueño de un bar situado en el Ingenio Santa Lucía, Tucumán, quien fue
asesinado en septiembre de 1974 por un grupo del ERP. Sus familiares,
como los de tantas otras víctimas de la violencia terrorista, tienen
derecho a recordarlos y a seguir reclamando justicia.
Los ánimos
se caldean toda vez que alguien pone en duda lo que desde el poder se
ha querido instalar como verdad suprema con insistentes distorsiones de
una historia ajustada a la medida de intereses políticos e ideológicos.
Quien ose desenmascarar el multimillonario negocio montado en torno a un
tema tan delicado se enfrentará a una legión de ideólogos que han
distorsionado hábilmente los hechos en su propio beneficio, con pingües
ganancias que al día de hoy se siguen distribuyendo, a costa del erario
público. Quienes se han apropiado de una tan tergiversada como
redituable versión de los derechos humanos hoy se molestan cuando
alguien demanda con total razonabilidad que se atiendan los derechos de
todos y no solo los de unos pocos.
Hablamos de víctimas
olvidadas, sin reconocimiento y mucho menos reparación, cuyos familiares
no pueden seguir sintiéndose mendigos de la historia. Se comprobó,
según el Celtyv, que totalizaron más de 17.000 las personas agredidas,
secuestradas o asesinadas por el terrorismo, de las cuales 1094
perdieron la vida en unos 21.000 atentados –más de 5000 con uso de
explosivos– y en unos 500 “ajusticiamientos”. Ninguna política de
derechos humanos puede alentar enfrentamientos o excluir víctimas. No
podemos dejar que la ideología de algunos cercene el acceso a una verdad
que nos pertenece a todos.
Nunca la memoria ante episodios de
violencia terrorista puede ser parcial ni utilizarse como instrumento de
venganza. Nadie pretende desconocer, ni mucho menos reivindicar, los
crímenes cometidos en tiempos de dictadura, pero sí corresponde pedir la
misma vara para juzgar a unos y otros. Nuestra trágica página solo
puede cerrarse con verdad, respeto por la historia, justicia y
reparación para tantas víctimas inocentes.
Fuente : Editorial de La Nacion,
05 de septiembre 2023.
Commentaires
Enregistrer un commentaire